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REPORTAJE | 01-08-2012 18:59

Robó, huyó y lo perdonaron

Dani el Rojo -alias “El millonario”- es un ladrón de bancos de los convulsionados años 80 en España. Vistió las mejores marcas, manejó los autos más exclusivos, se enlazó con las mujeres más codiciadas. Y pasó 14 años tras las rejas. Hoy, es el custodio de Messi y Calamaro.

Por Alejandro Bellotti 

Después del segundo polvo, El Millonario se sintió vacío. Por los entresijos del cortinado plástico entran chorros de luz crepuscular que se derriten en las curvas ­firmes de la hembra prepago tendida sobre el sofá. La echaría a la calle, de eso estaba seguro. Pero antes le pediría que le ayudara a meterse un poco de heroína en las venas. “El tiempo pasa rápido”, piensa, y la merca lo devolverá a lo más cercano a un estado de gracia. Al menos lo dejaría así, tumbado, inerte, como oxigenado por un gas sedante, durante el tiempo que fuera necesario hasta que llegara la hora. –Ahora vete, toma de ese cajón el dinero que quieras, y pídete un taxi. La droga no, cariño, eso se queda aquí.

Para cuando se hicieron las 10 de la mañana, El Millonario, se espabiló. Sus ojos, lechosos por el coñac y los químicos sacudieron el polvo. Fue hasta el vestidor y eligió su mejor traje. Abrochó el Rolex contra la pulsera de grueso oro. Se echó unas perlitas de Dolce Gabbana en el cogote, surcando viejas heridas de guerra. De la arqueta de cuero sacó la Colt y se dirigió al vestíbulo. Había llegado el momento vaciar otra caja. El Millonario es Dani, Dani el Rojo. Estamos en Barcelona, en un día cualquiera de un año cualquiera de los convulsionados 80´s. Franco, el alguacil, ya es historia. Y la calle se ha puesto más loca.

La iniciación

“Todo empezó como suelen empezar estas cosas: droga –cuenta Dani desde Barcelona-. Con 15 años ya estaba enganchado a las drogas. Con 16 años, y a raíz de una bronca familiar mi padre me echa de casa. Tengo la necesidad imperiosa de seguir metiéndome droga. Un día iba con la moto y parado en un semáforo, escucho el clink-clink de una caja registradora. Ahí se me encendió la luz: cogí la moto, subí a la acera, la aparqué y me dirigí a lo que fue mi primer atraco; ahí empezó mi andanza como ladrón, a los 16 años. Al principio eran muchos golpes con botines bajos, lo su­ficiente para ir tirando en el día a día. De rebote vas teniendo siempre dinero en el bolsillo, lo que hace que te vayas acostumbrando a unos lujos, una calidad de vida, pero todo esto “a consecuencia de”, es decir no me metí por capricho o por tener lujos, sino por una simple necesidad de poder conseguir droga a diario”.

En aquellos años todo estaba por hacerse. La tenaza franquista se había evaporado, y la cultura under comenzaba a esparcirse como un virus por la capital catalana. Dani quería droga, y para eso necesitaba guita. Mucha. Nunca pensó en un trabajo de o­ficina para cubrir los vicios; tenía bien claro que por fuera de la legalidad llegaría a montar su Château La­ te. De entrada descartó el narcotrá­fico porque sabía que los narcos que habían amasado buena pasta tenían control sobre los excesos. Un narco adicto a la merca como él, está condenado a la ruina. El trá­fico de mujeres estaba muy mal visto, así que se centró en los atracos, que fueron creciendo en progresión geométrica. En los primeros años de aquella época, Dani ya estaba forrado, viviendo como un rey.

En la cumbre

“Por entonces vivía en apartamentos dúplex, a veces en la periferia de la ciudad pagando altas cantidades. Me vestía con ropa muy cara, muy pija. Compraba de forma desmedida, desmesurada. Para mí era algo relativamente normal coger del dinero que tenía en casa un fajito de 500 mil pesetas, 3 mil euros de los de ahora, pero que hace 30 años era una solemne burrada, e ir a fundirlos en ropa. En una ocasión, al salir de alguna de las tiendas, tuve que parar a tres taxis para poder llevar a mi casa la ropa que había comprado porque no cabía". ”Los coches y las motos siempre fueron mi perdición y una parte importante de mi dinero se fue en ellos. Bien es cierto que no podía disfrutarlos mucho porque casi siempre cuando iba a disfrutar de uno estaba preso. Recuerdo que mi primer coche fue un Lancia, tuneado a top. Luego tuve un Porsche, el más alto de la gama. También tuve una Benelli de 6 cilindros que en aquel entonces era lo más de lo más.”

Más excesos

En la timba vital, la suerte de Dani se escurría como la de un bon vivant toxicómano en las bodegas Croizet; siempre armado, dispuesto a destripar cualquier banco que le entrara en ganas. Al tiempo perdió la cuenta, pero calcula que robó más de quinientos bancos. “Una vez robé 158 millones de pesetas, que es como un millón de euros de ahora; pesaban 17 kilos y me lo metí todo por la vena”. Con el correr de los años, y a medida que su fama se acrecentaba, Dani se convirtió en blanco jo de las investigaciones policiales. Como coartada para esquivar a la poli, llegó a empalmar un holding de tapaderas que incluía reconocidos cafés y una discoteca.

A los 19 años, cayó preso por primera vez. La primera de tres en total, acumulando 14 años tras las rejas. En 1999, salió por última vez de la cárcel. Ya rehabilitado de sus adicciones, conoció a su mujer (madre de sus dos hijos) y se estableció como guardia de seguridad. Hasta que un día se cruzó con Loquillo (cantante de rock catalán), a quien conocía de niño. Éste le ofreció trabajo en las giras como encargado del merchandising. Pero aquello le quedaba chico. Con el tiempo se volvió un ilustre road manager, asistiendo a asistir a personalidades como Enrique Bunbury, Rosario Flores, Lionel Messi o Andrés Calamaro, quien prologa Confesiones de un gánster de Barcelona (Ediciones B), novela basada en sus tropelías y escrita a cuatro manos con el escritor y cineasta catalán Lluc Oliveras.

El protector

“Con mi vinculación con los famosos y ricos o bien posicionados he conseguido lo mismo que antes siendo delincuente. Me explico: si voy con alguna de las personas a las que asisto llevo buenos coches, voy a los mejores hoteles, buenos restaurantes, me codeo con el jet set, pero ahora de forma lícita y con la cabeza bien alta, se puede decir que se ha dado la vuelta a la tortilla. De alguna forma les tengo una envidia sana pero para nada se me ha pasado por la mente volver a caer, entre otras cosas porque ahora estoy limpio y no tengo esas necesidades. Si se me hubiera dado el caso, me hubiera hecho un replanteamiento de la situación, pero con esta forma actual de ganarme la vida estoy disfrutando y se puede decir que la vida me está dando lo mismo pero bajo los cánones de la legalidad.”

La cinematográ­fica vida de Dani el Rojo cierra el círculo de manera demasiado perfecta, por demás puritana. Aunque no para él, quien ha visto a muchos de sus colegas de antaño, los que lo ayudaron a desatar sus vicios, a quienes conoció en los pabellones de la Modelo, quedar en el camino, exprimidos por una sobredosis o cocidos a balazos por propios o extraños. Dani buscó la redención. “Sin lugar a dudas me considero un sobreviviente y un afortunado por seguir estando en este mundo de los vivos”. Y sobrevivió para contarlo.

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