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SIN CATEGORíA | 01-02-2012 19:46

Chernóbil Tour

Chernobil es la nueva meca del turismo necrófilo. Hace un año, para el 25 aniversario del desastre nuclear en la plata de la ex URSS, el gobierno de Ucrania habilitó las visitas. Y les permitió el paso a contingentes de turistas extremos que deseaban ver el reactor y el vecino pueblo de Pripiat. Yuyos, polvo y muerte.

Por M. Burns 

El 26 de abril de 1986, durante una prueba en la que se simulaba un corte eléctrico en la planta nuclear un aumento súbito de la potencia en el reactor 4 produjo el sobrecalentamiento del núcleo y la explosión. El resultado fue 500 veces más contaminante que la bomba de Hiroshima (1945), y le costó la vida a 31 personas que murieron al instante y otras 5 que que fallecieron esa noche en el hospital. 116.000 personas fueron evacuadas por el ejército de la Unión Soviética, que puso en marcha un proceso masivo de descontaminación y contención. Como consecuencia de los trabajos en el área, 1000 personas estuvieron expuestas a grandes dosis de radiación, 200.000 recibieron alrededor de 100 mSv (una persona normal acumula entre 300 y 1700 mSv al año, y se calcula que una exposición a más de 100 en un día es causal de cáncer), 20.000 cerca de 250 mSv y algunos 500 mSv (25.000 fallecieron dentro de los siguientes 5 años). Se estima que solamente en Ucrania más de 2 millones de personas, de ellos 428.000 menores edad, sufren hoy problemas de salud relacionados con el accidente.

EL PASEO

Una placa con la leyenda "Stop. Zona Prohibida", se levanta a 30 km de la planta nuclear de Chernóbil. Aquí comienza la zona de exclusión, primer “stop” fotográ­fico en el paseo turístico que parte de la ciudad de Kiev (a hora y media), al norte de Ucrania, y cuesta unos 130 dólares o 1040 grivna, la moneda nacional ucraniana (500 dólares para los que desean hacerlo en solitario acompañados de un guía). La suma incluye el alquiler de un traje naranja contra la radiación y un contador Geiger que, todo el viaje, muestra niveles de radiactividad varias veces superiores a la norma. La estancia en la zona no supera las 6 horas, y equivale en términos de radiación, a hacerse una radiografía. "En las rutas que elegimos las dosis de radiación son mínimas. Esas sendas son seguras", explica Piotr Valianski, director del departamento de sanidad del Ministerio de Situaciones de Emergencia de Ucrania. No obstante, antes de obtener el permiso para viajar a la zona, los turistas deben firmar un contrato por el que la administración se exime de toda responsabilidad por cualquier perjuicio a la salud del visitante. Menores de edad y las mujeres embarazadas tienen prohibido el trip. Sólo hay un tour a la semana con grupos de no más de 17 personas, viaje que incluye el trayecto en micro, un almuerzo en la cafetería de la planta (pescado con tres ojos?!), y una visita guiada.

"Este es un territorio que seguirá siendo radiactivo durante largo tiempo. Nadie modi­ có las leyes de la física. Algunos elementos radiactivos no desaparecerán ni en mil años", apunta Marina Poliákova, una de las organizadoras de las visitas. “Por eso nosotros devimos que los viajes a Chernóbil no son visitas turísticas. Turismo es descanso, diversión y alegría. Este es un viaje para conocer la zona de exclusión. ¿Entiende la diferencia?", dice seria la mujer mientras el contingente se acerca hasta la reja que impide el acceso al recinto que acoge el legendario sarcófago construido en apenas seis meses para cubrir el averiado reactor.

TREN FANTASMA

Fundada el 4 de febrero de 1970 para dar hogar a los trabajadores de la Central Nuclear V.I. Lenin de Chernóbil, la ciudad de Prípiat se encuentra cercana a la frontera con Bielorrusia, a 3km de la planta nuclear. Es la segunda parte del tour. Por fuera todo es una gran ruina oxidada. Como la montaña rusa del parque de diversiones, que debía ser inaugurada un semana después de la tragedia. Parece el set de rodaje de una peli postapocalíptica (en parte lo es: ver recuadro). Tanto que algunos "escenario" parecen decorados adrede para alimentar el morbo.

Como el edifi­cio desvencijado de la escuela en el que aún permanecen sobre los pupitres las libretas y lapiceras de los estudiantes, o la guardería donde hay juguetes abandonados sobre las camas, a metros de una pila de máscaras de gas. A algunos turistas parece casualmente faltarles el aire. Otros se asombran con las pintadas graf­fiteras de sombras de niños fantasmas y se acercan a ver. Alguno quiere llevarse una piedrita del suelo de souvenir. El guía advierte una vez más que no se pueden tocar las estructuras, las vegetaciones, ni sentarse en el suelo. Tampoco se puede comer al aire libre. Como si la muerte siguiera presente.

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